Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

lunes, 25 de mayo de 2009

Colas como en el paro

A un costado de la Troncal 10, se hace la cola por la gasolina (Fotografía de Tewarhi Scott).
Morelia Morillo Ramos*
A Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana del estado Bolívar, la tortura de las inmensas colas para surtir gasolina llegó mucho antes del paro petrolero de 2002 y sigue siendo rutina siete años después.
¿La razón? En términos puntuales: las abísmales diferencias entre los precios del combustible en Venezuela y Brasil, entre bolívares y reales. Radical: mientras que en Brasil el litro ronda los 3 reales, en Venezuela apenas merodea los 10 céntimos. Y, actualmente, el cambio se ubica en Bs.2, 7 por real.
En términos menos cuantificables: la flexible moral de mis vecinos, incluyendo a un sargento del Ejército, un efectivo de la Guardia Nacional (GN), un ex piloto y una familia a quienes a través del muro que separa nuestras casas identifico como colombianos, no sólo por el acento de sus gritos sino por el volumen de sus tarareos vallenatos.
“! Tremendo negocio!”, exclamaría un “talibán” cualquiera, es decir uno de los tantos que en Santa Elena se dedican a chupar, almacenar y revender el inflamable con el argumento _¿Irrefutable?_ de que “aquí no hay trabajo y de algo hay que vivir”. “Esa es la gotica de petróleo que me toca”, le escuché decir a una madre de varios niños en la cola del Mercal el sábado pasado; “Esta es mi bequita”, certifica cada vez que me quejo mi amigo el ex piloto.
Contextualicemos la historia: cuando hablamos de “talibanes” no nos referimos a seres aislados, tildados de delincuentes, personas de mala conducta rechazados por sus colindantes y familiares. Para nada.
En cada cuadra, en cada familia de dimensiones promedio hay al menos dos “talibanes” y quien cuestiona el negocio puede ser catalogado de “estúpido”, por utilizar un término aceptable socialmente. Ni los riesgos que implica esa actividad, ni las eventuales manifestaciones de la ley, muchos menos los inconvenientes enormes que sufren los demás los persuaden de abandonar el oficio.
Los traficantes son capaces de multiplicar por 40 el precio del producto, pues aún así pueden revenderlo barato en Boa Vista, capital del brasileño estado de Roraima o sus cercanías. “¿Tem gasolina?”, lanzan su anzuelo en cualquier esquina, para pasar luego a pujar por el mejor monto posible.
Y como el dinero o su ausencia son difícilmente disimulables, hay venezolanos que, a fuerza de bocanadas, se han hecho propietarios de flotillas de vehículos, pequeños cisternas con tanques de hasta 200 litros y quienes construyen casas y locales comerciales impulsados por el chorro de gasolina, y de dinero, mientras que en sus alientos afloran los aromas del carburante.
De momento, la administración del conflicto está en manos del Teatro de Operaciones número 5 (TO5), si bien antes pasó por las manos de la Guardia Nacional (GN) y de funcionarios de la Alcaldía.
Los efectivos y su sargento llegan al par de estaciones de servicio de esta localidad aproximadamente a las siete de la mañana, mientras que los primeros de la cola generalmente lo hacen antes de que despunte el alba con termos de café y viandas repletas de arepas y empanadas.
Pasadas las ocho, la fila supera el kilómetro, para un promedio de tres horas de espera hasta llegar frente al surtidor, tomando en cuenta los coleados y sus excusas. Los ancianos y los choferes de los carros de transporte turístico gozan de preferencia, pero ya su línea es tan larga como la convencional.
Con razón, hacer la cola y poner el tanque full se cotiza en Bs.30 entre los desocupados, que lo ven como un resuelve.
Los uniformados echan a andar las bombas alrededor de las siete y media; posar el pico sobre la boca del tanque pasa por permitirle al uniformado el cartón, de caducidad mensual, mediante el cual la autoridad controla que cada conductor llene el tanque de su vehículo tan sólo una vez al día, día por medio. No obstante, la longitud de las filas y la facilidad con que a algunos conductores se les permite colearse habla de burlas y corruptelas.
Obtener el cartón, cada fin o comienzo de mes amerita una a tres horas más de diligencias y de colas.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital de la Gran Sabana.

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