Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

martes, 1 de julio de 2014

Del Delta a Gran Sabana

La más joven de las mujeres deambula de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente

El lunes 23 de junio, horas después de que Cristiano Ronaldo, el siete del la selección portuguesa, fuera recibido por alrededor de 1000 hinchas en la calurosa Manaus, más de media docena de mujeres y algo más de niños y niñas, todos indígenas warao, llegaron a  Santa Elena de Uairén en autobús. Nadie los esperaba. Les costó al menos media hora encontrar quien los trasladara al centro. En Santa Elena no hay transporte colectivo, sólo taxis.

Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana y la última ciudad venezolana de cara al Brasil, se encuentra al menos a 1400 kilómetros de Caracas y a 870 Kilómetros de Manaus, la sede Amazónica del Mundial Brasil 2014. Gran Sabana es el territorio del pueblo pemón.

La localidad, de alrededor de 20 000 habitantes, es lugar de compras para buena parte de  los más de tres millones de personas que habitan entre Boa Vista y Manaus, las dos ciudades brasileras en el extremo fronterizo con Venezuela. Al cambio, cualquier precio les resulta irrisorio. Y, desde que arrancó el mundial, cientos de venezolanos y extranjeros cruzan la Gran Sabana ansiosos por llegar al Arena Amazonia.

Las mujeres warao y sus niños bajaron en el Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén apenas con lo puesto, sin abrigos, sin cobijas, sin zapatos, sin equipajes. Ellas con vestidos hechos a la medida, estampados en flores, líneas o cuadros, con las faldas sobre la rodilla y mangas a un cuarto. Los pequeños con franelas y pantalones cortados a media pierna.

Seis días después, sólo dos de ellas, un niño y una niña continúan en el Casco Central: en la calle Bolívar, en la Roscio, en la Zea, en la Urdaneta. Los demás ya no los acompañan.

La más joven de las mujeres deambula de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente: a la panadería, al Bulevar Tümá Serö y de ahí a uno de los supermercados chinos. La anciana, en cambio, permanece tendida en el piso frente a uno de los locales de la calle Bolívar. Ella no escatima sonrisas, aunque no tiene dientes. Sus ojos aún titilan, aunque están nublados. Apenas habla español, pero suelta palabras aisladas hasta hacerse entender.

Ella y los suyos viajaron desde Mariusa porque el agua les llegó a la cintura y ya no encontraban qué comer. Vinieron por algo de dinero, por comida, por ropa seca y limpia, mientras esperan que las aguas que inundan los sitios -en donde siempre han vivido- bajen.

Los waraos son los habitantes de Mariusa, la región del estado Delta Amacuro sobre la cual se extiende el Parque Nacional Delta del Orinoco. Su hogar es una isla entre los caños Macareo y Mariusa, justo en el punto medio de la desembocadura del Orinoco. Viven de la pesca, de la recolección, del turismo y de la artesanía que usan y venden.

En Santa Elena, las mujeres y los niños warao mendigan con envases que antes contuvieron jugo, arroz chino, crema de arroz. Sin mediar palabras, pues sólo hablan su lengua autóctona, acercan sus potes a los lugareños, a los brasileros, a los turistas, a los viajeros que, por estos días, apenas pisan Santa Elena rumbo a Manaus, al Estadio Arena Amazonia.

Pero es sábado 28 de junio de 2014, faltan sólo minutos para que comience el juego entre Brasil y Chile e incluso la transitada calle Bolívar se encuentra desierta. Se acerca el inicio y en el recipiente de la anciana apenas hay un billete de dos y otro de cinco bolívares.

El día está flojo, una jornada mala para muchos: los comerciantes están de pie en las puertas de sus locales y, aunque se empeñan en mantener el precio, los trocadores de las Cuatro Esquinas agitan sus pacas de bolívares inútilmente. Los brasileros no viajan cuando hay juego e igualmente los de acá se quedan en casa cuando la selección brasilera se juega la vida.

Las Cuatro Esquinas es el cruce de las calles Bolívar y Urdaneta, corazón comercial de esta ciudad fronteriza, A pocos metros, siete hombres de chaquetas de cuero, pantalones y botas altas descienden de sus Harley Davidson.

Probablemente, los hombres de negro pararon para ir a la panadería o para cambiar sus bolívares por reales. Extrañamente no van hacia Manaus, como todos los motorizados que atravesaron Santa Elena desde que comenzó el Mundial. Son de Maturín. Van a Guyana. Pero ninguno parece percatarse de la existencia de la abuela warao. Ya comenzó el partido y su envase de arroz chino apenas contiene un billete de dos y otro de cinco. Nada de reales.


En su edición del 11 de julio, la Folha Web reseñó que la Policía Federal Brasilera deportó a 28 indígenas warao venezolanos. Al menos 20 de ellos eran niños.

Ante las autoridades, los migrantes manifestaron que se encontraban en Boa Vista, a 250 kilómetros de Santa Elena, por motivos comerciales y que, de momento, recibían dinero en los semáforos del centro de la ciudad para comprar comida y ropa.


Todos fueron llevados en autobús hasta la población de Pacaraima, fronteriza con Venezuela, y de ahí encaminados hacia  tierras venezolanas.

Situación inusual
Aunque en algunas ciudades de Venezuela, ya es común ver a grupos de indígenas mendigando, en Gran Sabana aún causa extrañeza.

En noviembre pasado, varios miembros de la comunidad e'ñepá de Mariposa, estado Amazonas, deambularon por la capital del municipio Gran Sabana.

Eran un grupo de no más de 20 personas, mujeres, hombres y sobre todo niños y niñas; mientras los adultos se dedicaban a vender artesanía en la calle Bolívar, en los alrededores del Bulevar Gastronómico Tumá Serö y de la Panadería Gran Sabana Deli, los más pequeños caminaban por las calles del Casco Central y por la Plaza Bolívar en busca de limosnas.

Los niños llevaban alcancías de cochinito en colores rojo, amarillo y naranja y las mujeres se tendían en las aceras con los recién nacidos en sus regazos.

Entonces, Lisa Henrito, asesora del Consejo de Caciques Generales, relató que varios comerciantes de la localidad reclamaron ante el coordinador de esta organización, Jorge Gómez, con respecto la presencia y hábitos de los visitantes.

“Dijeron que acosan a los clientes y eso incomoda a las personas porque el pueblo pemón no es así, eso es ajeno a nuestra cultura. Nosotros no vivimos en condiciones de calle y antier se declaró Santa Elena como mercociudad (…) Este es un municipio turístico”, dijo Henrito.

Cuando Henrito los abordó, los visitantes dijeron que viajaron hasta Santa Elena para vender y que, supuestamente, tenían un capitán (autoridad tradicional) entre ellos.

El Consejo de Caciques se comunicó con el vice ministerio de Pueblos Indígenas vinculado al pueblo e'ñepá y con sus organizaciones “para que vengan a buscarlos, de lo contrario nos tocará montarlos en un autobús y llevarlos”, dijo Henrito en aquel momento.

A su modo de ver, “ellos crecen pensando que nacieron para hacer lo que están haciendo y, de no cambiar esa mentalidad, vamos a tener todo un pueblo pidiendo dinero en la calle”.

“No vamos a permitir esto es nuestro municipio, aunque no estamos en desacuerdo con que vengan a vender sus cosas los viernes en el mercado como todo el mundo”.





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